martes, 1 de agosto de 2017

Momentos estelares de la historia del cine (III): Odiar el desierto por no tener agua.



       1956, The searchers (aquí titulada Centauros del desierto): un poco más neurótico de lo habitual, lo cual ya es decir bastante, Ethan Edwards (John Wayne) dispara dos balas de su revólver contra los ojos de un comanche muerto para que, de acuerdo con las creencias religiosas de los indios, su espíritu no pueda encontrar la puerta de su paraíso de ultratumba.
       1972, Ulzana’s raid (aquí conocida como La venganza de Ulzana): cuatro soldados de caballería se lanzan a mutilar el cadáver de un apache –al que un poco antes, todavía vivo, habíamos visto participar en una profanación similar de otro cadáver, en esa ocasión de un soldado-, por el único motivo de que “esas cosas les asustan”.
Disparando a los ojos de un cadáver: Centauros del desierto (John Ford, 1956)
Dieciséis años de western separan ambas escenas de idéntico significado: lo que en 1956 escandalizaba a muchos críticos de cine, todavía incapaces de asimilar que una historia épica fuera protagonizada por un racista desequilibrado, no sorprendió a nadie en los 70. El público había cambiado, la crítica cinematográfica también.
Apaches profanando el cadáver de un soldado...
En 1972, año de estreno de Ulzana’s raid, los críticos y escritores de cine componían elegías y entonaban lamentos por la muerte de un género cinematográfico tan fundamental en la historia del cine como el western. Es cierto, todavía seguían haciéndose películas del oeste, pero la inexorable biología iba retirando del trabajo tras la cámara a los grandes maestros como Ford, Walsh, Hawks, Hathaway, Mann, Sturges, Boetticher…, a la vez que otros como el italiano Sergio Leone o el americano Sam Peckinpah manieristamente perseveraban en el irrealizable empeño de colocarse a la altura de los anteriormente nombrados. Convencidos los mandamases de la industria de que contar las viejas historias igual que siempre ya no servía para el público de los 70, a la gran pantalla iban llegando hombres llamados caballo, pequeños grandes hombres y soldados azules (¡y puertas del cielo, un poco después!) que aportaban visiones hipercríticas diametralmente opuestas a la tradición cinematográfica sobre la conquista del oeste.
...y soldados profanando el cadáver de un apache.
Como iba diciendo, así estaban las cosas cuando llegó La venganza de Ulzana, producción Universal eficazmente dirigida por Robert Aldrich, con un excelente guión de Alan Sharp y una prodigiosa actuación de Burt Lancaster que destaca sobre las más que correctas de sus compañeros de reparto. Western que ignora las presentaciones de los nativos americanos como “buenos salvajes” que se habían puesto de moda, y muestra a un grupo de indios apaches dedicados a torturar y matar hombres, violar mujeres, robar caballos (a los que, llegado el caso, también matan a fin de envenenar el agua de un pozo) y comer perros previamente asaeteados. La diferencia con otros western de la época clásica no es solo la mayor crudeza en la presentación de estas conductas (también en La diligencia, de 1939, se ve como preferible matar a la mujer de un tiro en la cabeza a permitir que sea capturada viva por los indios) sino sobre todo hacernos ver que no son exclusivas del grupo de apaches huidos de la reserva: en un momento dado, como ya hemos visto más arriba, también los blancos pueden comportarse como ellos; lo cual difumina las fronteras o límites entre culturas, borra las diferencias, confunde las cosas, "complica la situación" (como dice el guía McIntosh, interpretado por Lancaster).
Lo que se plantea aquí es la posibilidad (o no) de comprensión de unos valores culturales desde otros radicalmente extraños: el teniente no puede entender por qué los indios violan, torturan y matan, ni siquiera cuando el guía apache le explica que lo hacen para apoderarse de la fuerza de sus víctimas, pues sin esa fuerza carecen de dignidad y solo conservan en la nariz los olores propios de la reserva, “olores de perro, de niño, de viejo, de mujer” (esa curiosa teoría apache de la memoria de los olores y sus efectos en el carácter merecería ser objeto de un serio estudio neuro-psicológico, pues no es en absoluto disparatada). Los blancos solo son capaces de odiar lo que no comprenden y, paradójicamente, ese mismo odio les lleva a hacer lo mismo que hacen aquellos a los que odian.
Cuando el teniente Garnett (Bruce Davison), desesperado por su incapacidad de comprender a los apaches como son y no como previamente se los había imaginado, pregunta a McIntosh si los odia, recibe esta respuesta:
-¿Odiar a los apaches? Sería como odiar al desierto por no tener agua. Me conformo con tenerles miedo.
Estoicismo: aceptar lo inevitable es la única forma posible de minimizar el sufrimiento. Quien se esfuerza inútilmente por cambiar el mundo (por ejemplo, confiando en que la predicación del cristianismo civilizará a los bárbaros apaches, como si los cristianos no hubieran hecho barbaridades equivalentes a las de los indios) fracasa y sufre; quien acepta el mundo como es y solo trata de cambiar lo que puede cambiarse, no deja de sufrir pero sufre menos y al menos no causa males mayores. Este sería el mensaje de La venganza de Ulzana si La venganza de Ulzana, un simple western que llegó a las pantallas entre otras muchas películas del mismo género (¡benditos géneros en los que estaba permitido contar emocionantes historias, llenas de acción y aventuras, que no insultaban a la inteligencia del espectador!), pretendiera transmitir algún mensaje.


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